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Por Cecilia Ramírez

A mi alrededor abundan miles de ejemplos a seguir: los estudiosos, los exitosos, los artistas, los cultos, los estables emocionales y sentimentales… o eso parece. Los ejemplos femeninos cercanos a mí son mis favoritos, siempre lo son.

Por un lado, tengo a la tía exitosa: médico, con departamento amplísimo en Coapa, dos autos, un matrimonio exitoso ­—por supuesto— y dos hijos (el más chico aún vive con ella). Además de su familia cercana, mi tía también comparte techo con su suegra, con la pareja de su suegra y con su cuñada; es muy diestra en la cocina, pues, a diario ―luego de su jornada laboral―, hace platillos rimbombantes porque a su marido no le gusta la comida de «pobres»; ella constantemente repite que está a gusto con su vida, que esas ojeras, ese andar taciturno y la mirada desolada son signos de su felicidad inconmensurable.

Siguiendo la misma línea profesional, está una prima, bella de pies a cabeza, médico y académica de la mejor escuela del país; vive en un departamento ubicado en una de las mejores zonas de la ciudad y cambia constantemente de autos; tiene incontables logros en su haber, se casó joven porque estaba embarazada (tuvo una nena preciosa), logró terminar sus estudios y no obstante parecía tener un matrimonio perfecto, se divorció porque tarde descubrieron que no se amaban; se juntó con un hombre 10 años mayor que ella ―sin tantos triunfos―, lo sobrepuso ante su pequeña hija que pronto terminó emancipándose por no soportar los tratos de pareja que le daban a su madre, llevan años sin hablar. Mi bella y doctorada prima aconseja que hay cosas que debes «saltar» en una relación de pareja para que ésta sea exitosa y logres la felicidad.

En semejante eje familiar, otro de los ejemplos es aquel de la joven sublevada ante los estándares académicos, con alto orgullo que roza la soberbia (pero que, en realidad, denota complejos de inferioridad e inseguridades) ante la posibilidad de algún día ser una afamada y adinerada química, médico, directora, esposa o lo que sea, pero famosa y adinerada. Con un carácter fuerte que la hace mirar a casi todos con desdén, cuenta con una relación amorosa desde hace casi dos lustros; no fue nada fácil lograr esta cifra, tuvo que ser tolerante cuando le llamaron por otro nombre, tuvo que ser de hierro cuando le fueron infiel, tuvo que pagar con la misma moneda para sentirse menos mal ―¿habrá funcionado?―. Ahora, con un trabajo semiestable, se le ve más contenta, pues descubrió que aquel con el que ha pasado buena parte de su vida, no es el único que la puede mirar. La felicidad se presentó con la forma de una relación alterna.

Para cambiar de contexto, cuento con la amiga ingeniosa y astuta para los negocios, con visión emprendedora, ella es su propia jefa; la conocí hace ya varios años y, desde la primera vez que hablé con ella, fue un gran ejemplo con su supuesta seguridad. Afirmaba que ella solo podía ser de un modo y a quien la aceptara y quisiera tal y como era, le daba la bienvenida, y a quien no lo hiciera… no le afectaba. Se jactaba de ser soltera e inculta, yo le aplaudía su manera de quererse y aceptarse. Luego llegó un hombre y ella modificó su conducta, la dejó y volvió a ser la misma orgullosa; llegó otro hombre e intentó ser culta, la dejó y regresó al ser fatuo; llegaron varios más y con ellos se delataba el fraude de sus primeras declaraciones. Eso sí, su feliz independencia va de la mano con su tremulante seguridad y amor propio.

Esos son algunos de mis buenos ejemplos femeninos, yo, por otro lado, soy la pobre treintañera que estudió en la Facultad de Filosofía y Letras; la soltera, que ya le tira más al término solterona porque de los pretendientes que tuvo en su mejor época a ninguno pudo retener y, ahora, sirve muy bien como mal ejemplo; es decir, soy señalada ante las nuevas generaciones con un tono de advertencia que casi puedo escuchar: «no te acerques mucho a la solterona, porque esa mala suerte se te puede pegar, mantén tu distancia y sé condescendiente, pero no olvides enviarle señales e indirectas de que repruebas su cinismo y restriégale como si fuera lo peor que le pudiera pasar a una mujer que jamás va dejar de estar sola, y ni hablar del sometimiento del matrimonio y la vida familiar, que eso no es para todas, no, no, solo es para las afortunadas que saben tolerar, aguantar y soportar; déjala que se vaya a vivir a la playa como hippie, que gaste su humilde quincena en patines y tenis que brillan en la oscuridad. Déjala en su infelicidad y en su ser incompleto. Déjala con sus múltiples relaciones tóxicas no exitosas, seguro ha de sufrir mucho».

Así es esto de mi vida, así es esto del mal ejemplo y otros beneficios.