Entre la traición y la ambición

Orgía deportiva.

Fue en pleno Mundial de Rusia que Antoine Griezmann anunció con un cortometraje (como si se tratara del desenlace de una serie televisiva) que no se iba del Atlético de Madrid. Y es que desde meses atrás se rumoreaba con insistencia excesiva que el francés se iría al Barcelona. La decisión fue el nombre de la producción en la que el futbolista compartió que se identificaba con el club colchonero y que no había dinero que lo enamorara más que la mística que enamoró al mismísimo Joaquín Sabina muchos años atrás.

El talento de Griezmann es innato, natural. Se trata de un futbolista excepcional, delante de él solo hay dos: Messi y Ronaldo. Es por esto que no solo el equipo catalán lo pretende, Manchester United y PSG son solo dos más que sueñan con fichar al flamante campeón del mundo. Sí, irónicamente Grizou (como se le conoce en Francia) ya ganó la Copa del Mundo que, hasta el momento ni Lionel ni Cristiano han podido levantar.

El francés de andar ligero, que parece no pisar el césped sino flotar sobre él cuando juega futbol, visitó el Camp Nou este fin de semana. La afición blaugrana le hizo saber que no olvida el desdén y que La decisión fue una forma excesiva de decir «no». En las últimas semanas la prensa ha vuelto a poner a Griezmann en la agenda del Barcelona, argumentando que el delantero busca títulos como la Champions League que con la playera del «Atleti» son utópicos. Aun así, los culés le silbaron e insultaron sin reparo.

Aquí es donde entra la disyuntiva. ¿Debe seguir con el equipo colchonero o debe salir para aumentar las copas en su vitrina? La mirada imparcial, disfrazada de demonio tentador, le susurra sobre el hombro derecho a Grizou que busque nuevos retos, al mismo tiempo del lado izquierdo la óptica parcial, con estampa angelical y playera rojiblanca, le grita que se quede.

Desde hace unas semanas está disponible en Netflix un documental sobre el francés. En él, Griezmann asegura que ama al Atlético de Madrid, a sus compañeros de equipo y al Cholo Simeone. ¿Faltaría a su palabra si se va? La respuesta es no.

Los aficionados colchoneros están conscientes de que en la actualidad la realidad indica que tarde o temprano Grizou se irá. Lo que no le pasarían por alto es que dejara la playera rojiblanca para ponerse la blaugrana o, peor aún, la merengue; a los atléticos les gustaría que cambiara de país y que, si en algún momento se vuelven a ver, sea en un torneo continental que permita demostrarse sin celos ni rencores ese amor que se profesan. Pero si el francés cambia de club sin irse de España, la próxima vez que se vean la reacción será áspera, digna de divorcio en proceso.

Griezman tiene ante sí una decisión importante para su vida como profesional. Debe dejar de lado las cámaras y la iluminación de los cortometrajes y documentales para meditar su siguiente paso. Tiene que entender que la ambición no está peleada con la fidelidad. Que se vaya, que gane la Champions y un título de liga, pero que sea lejos del país que lo vio debutar como profesional. Que crezca aún más pero que lo haga sin olvidar ese sentimiento de pertenencia que es tan difícil de encontrar en estos tiempos. Los románticos antiguos del futbol se lo pedimos. Tal vez su respuesta se encuentra inscrita en una frase que Sabina dejó en el himno que le compuso a su amado «Atleti» en su centenario: «Ni merengues ni marrones, a mí me ponen las rayas canallas, canallas de los colchones».

Por: Gustavo C.  

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