Teatro penitenciario: De los muros de Santa Martha a los confines de la migración.
Teatro penitenciario: De los muros de Santa Martha a los confines de la migración.

Frontera 3.0: La peregrinación entre la monstruosidad y la creación artística.

Frontera 3.0: Una pastorela poco tradicional que explora los paralelismos entre los Centros de Reinserción Social y la migración.

Renuente a participar en una pastorela tradicional que evocara la eterna lucha entre el bien y el mal, Maye decidió crear el grupo de teatro denominado Las Intratables y poner en marcha la puesta en escena de su obra Frontera 3.0.

¿Qué resguardan los muros de un Centro de Reinserción Social como el femenil de Santa Martha Acatitla?, ¿acaso solo condenas, crímenes, silencios, injusticias, circunstancias, marginación y olvido? No será que los prejuicios se han convertido en un muro que impide observar todo el talento que fluye o pierde su brillo dentro de una «prisión». Y si son los prejuicios quienes guían la apreciación del mundo: ¿existe, entonces, en la convención social, una lista de cualidades morales que debe poseer un autor o autora para ser visitado(a) ―al puro estilo griego― por las musas del arte?

Las preguntas anteriores comenzaron una tertulia en mis reflexiones, justo después de presenciar una obra de teatro «penitenciario» ―aún no sé qué tan necesaria sea esta etiqueta―, titulada Frontera 3.0, una pastorela nada tradicional, escrita por Maye Moreno, una huésped del Centro Femenil de Reinserción Social de Santa Martha Acatitla, quien ya ha ganado diversos laureles gracias a su talento y talacha en la escritura: como el Premio Nacional de Teatro Penitenciario 2016, por su obra Casa Calabaza.

Renuente a participar en una pastorela tradicional que evocara la eterna lucha entre el bien y el mal, Maye decidió crear el grupo de teatro denominado Las Intratables y poner en marcha la puesta en escena de su obra Frontera 3.0.

En oposición con las grandes producciones de Broadway, Frontera 3.0 es posible gracias a tres mujeres que actualmente viven al interior de Santa Martha.

Aunque Frontera era una pastorela pensada para ser representada en un escenario con todo el proceso y la utilería que requiere una obra de teatro, Las Intratables tuvieron que adaptarse a las condiciones y herramientas que estaban a su alcance dentro de Santa Martha Acatitla, por lo que decidieron convertirla en una lectura de atril, con una grabadora para la musicalización y unos cuantos elementos para armar su indumentaria (un par de cuernos, una gorra, un sombrero, dos aureolas, una mochila, un rebozo) y darle vida a todos y cada uno de los personajes.

En oposición con las grandes producciones de Broadway, Frontera 3.0 es posible gracias a tres mujeres que actualmente viven al interior de Santa Martha, quienes actúan, seleccionan la música y confeccionan la poca indumentaria que necesitan para guiar al espectador por un viaje en el que una pastorela se convierte en una apología de la migración: Maye Moreno (escritora, actriz y directora), Lucero (actriz) y Denisse (staff).

En esta puesta en escena, más allá de concebir a los típicos pastores rondados por los diablos y ayudados por los ángeles, Maye Moreno instaló en el escenario a un grupo de migrantes que se dirigen a la frontera, donde esperan realizar sus sueños o, tan solo, sobrevivir con mejores oportunidades económicas. Durante el viaje, el pollero, la mujer migrante embarazada (María), el migrante masculino (José), otros migrantes, el diablillo, la maldad suprema, el angelito y la divinidad superior entrelazan sus existencias para recorrer senderos desérticos, perderse, enfrentarse a los accidentes provocados por la tentación y cuestionarse el misterio de la condición humana: capaz de naufragar tanto en la luz (bien), como en la obscuridad (mal).

Además de plantear este cuestionamiento del hombre y la mujer inmersos en la tormenta que se gesta en la frontera entre el bien y el mal ―tormenta diferenciadora del humano con otro tipo de entidades como los diablos y los ángeles carentes de libre albedrío―, Maye propone una inversión de valores, que posiciona al espectador de frente con sus más arraigados prejuicios, pues, si «en la realidad», estamos acostumbrados a percibir al  pollero como una figura deleznable por lucrar con la vida de los migrantes, en Frontera 3.0, este personaje protagónico adquiere una voz propia, capaz de externar las circunstancias que lo llevaron a posicionarse en ese papel más real que ficticio, pues en sus diálogos reitera que si se gana la vida con esa actividad ilegal es por herencia, pues su padre vivió de eso; por lo que él, en esas condiciones ―sin el privilegio de conocer otros rincones, otras formas de concebir el mundo y otras maneras de ganarse el dinero―, opta por seguir el mismo camino y errar, porque el error era parte de su normalidad; no obstante, en la ficción, con todo y «culpabilidad», se transforma en el guía que resguardará la vida de los migrantes, cual Estrella de Belén, alumbrando a los peregrinos en la obscuridad del desierto que separa a Estados Unidos de territorios tercermundistas.

Maye Moreno, ganadora del Premio Nacional de Teatro Penitenciario 2016.
Maye Moreno, ganadora del Premio Nacional de Teatro Penitenciario 2016.

Con el personaje del pollero, además de recordar que el libre albedrío se aprende a partir de la acción y la decisión, Maye insiste con arrancar, al espectador, sus prejuicios, pues le recuerda que, a pesar del error, la voluntad humana está condicionada por diversas circunstancias, tanto positivas como negativas; por lo que señalar y juzgar la falta ajena, no es más que olvidar que como humanos estamos determinados por una dualidad que, entre el bien y el mal, irá forjando cada una de las experiencias y arranques individuales. Por consiguiente, colocar la etiqueta de «criminales» a quienes están dentro de un centro de reinserción, es posicionarse en una superioridad moral que esquiva todo pensamiento crítico y capacidad de análisis, a partir de la generalización; cuando, al final, desde antaño, el error siempre ha sido humano.

Este enfrentamiento catártico del espectador contra sus prejuicios más internos, de alguna manera también me recordó al debate que se ha gestado ante las declaraciones de mujeres que han acusado a reconocidos artistas masculinos por ejercer sobre ellas violencia de género. Esa situación ha desatado una guerra de opiniones sobre el deber ser del espectador, quien debe decidir si censura la obra de arte del agresor o la separa del individuo y acepta que ningún humano es moralmente perfecto.

En su artículo «Qué hacer con el arte de hombres monstruosos», Claire Dederer expone el estereotipo universal del artista redentor que, al ser descubierto en su error, reclama su mortalidad y puede convertirse en el blanco del escarnio público y la decepción de sus seguidores; como resultado se presentan dos salidas: censurar su arte o seguir apreciándolo a pesar de la monstruosidad del autor.

La creación artística es dualidad por antonomasia; el problema es definirla a partir de la dicotomía: Vicio/virtud.

Al hablar de la monstruosidad masculina en el arte, no solo se pone en evidencia la innegable condición humana, también se hace visible la necedad de considerar a la genialidad como una especie de cualidad moral que ornamenta con inalcanzables virtudes a quienes se atreven a crear, por eso el duelo de los seguidores cuando descubren que su artista predilecto fue capaz de violar a una menor de edad.

Para Claire Dederer esta monstruosidad no es la misma para la creación femenina, y en esa tangente, advierto que tampoco es la misma para quienes crean arte desde su libertad y quienes lo han hecho después de concebirse monstruosos y buscan reivindicarse: Recuerdo la declaración de un interno de la Penitenciaria, quien aseguró que ―después de dedicarse al secuestro―, dentro de prisión, encontró en el teatro una forma distinta de existir, de actuar, de concebir su vida.

Frontera 3.0 no es solo una pastorela poco tradicional, también es una propuesta para las conciencias que alardean de su pureza, pues plantea la posibilidad de aprender de la monstruosidad.

En otras palabras, la creación artística es dualidad por antonomasia; el problema es definirla a partir de la dicotomía: Vicio/virtud; pues cada obra, sostenida por sus propias características, es referente de determinados comportamientos normalizados que no necesariamente son aceptados ni ética ni moralmente. El arte no es un diamante puro e intacto, tiene una relación temporal con la realidad, es dual, bestial, grotesco y crítico. En eso radica su valor estético, en un equilibrio que con el contenido y la forma incomoda al ojo humano que niega todo tipo de disturbio moral en su realidad.

Esta situación no es nada ajena con acudir a Santa Martha Acatitla a presenciar la lectura de atril de una obra escrita por una de las internas. Por ese motivo, Frontera 3.0 no es solo una pastorela poco tradicional, también es una propuesta para las conciencias que alardean de su pureza, pues plantea la posibilidad de aprender de la monstruosidad.

De modo que, después de cruzar una frontera entre módulos de revisión policial, y enfrentarme a los límites entre el teatro y la realidad, entendí que para Las Intratables ―a diferencia de los hombres reconocidos por su pedofilia y el alarde de su libertad― la monstruosidad artística no es simplemente la redención, sino el descubrir en cada uno de los individuos que presencian la puesta en escena, sus prejuicios interiorizados que, cual venda y cinta en los labios, les impiden reconocerse en su propia independencia como agentes del conflicto y de la solución misma: pues todos y todas seguiremos andando en peregrinación, aunque los sueños y situaciones, para cada quien, sean distintos.

Mimí Kitamura

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