Los dueños del poder
Los dueños del poder

La plaza del ajolote

Llevar a AMLO al poder costó, se dice, un fraude electoral, un presidente inventado (creado) y una guerra civil, al menos en las redes sociales, en donde la política mexicana alcanzó sus extremos. Anti y pro el mesías de la democracia.

Apenas unos meses después de iniciado su mandato, los costos políticos se presumen altos, el autoritarismo del que se acusa a Obrador comienza a tener vistos de certeza, amenaza pues con pasar por encima de la Constitución, cambia de posturas al calor del momento y es omnipotente ante su gabinete: nadie lo cuestiona, nadie le hace frente, él tiene la razón y gracias a 30 millones de mexicanos (más menos) también tiene el poder.

Si alguien en algún momento creyó que al arribo del «mesías» el pueblo tendría el poder, es momento de desilusionarse, pues aunque en efecto, fue un ejercicio democrático quien lo llevó a la silla presidencial —que ya no a los pinos— lejos estamos (el pueblo) de vislumbrar los destellos del poder.

El pueblo no quería, no quiere y reprueba un mando militar en la guardia nacional, no quiere tampoco una amnistía generalizada, busca esos cambios que siempre se prometieron y nunca se hicieron: darle prioridad a los que son más (los pobres) y crear políticas públicas que les permitan abandonar un estrato social que se les implantó de manera casi histórica.

La más reciente decisión de Obrador cuestiona y quiere dejar sin efectos la que él y ya muchos otros nombran «mal llamada Reforma educativa», sin embargo, por encima del poder ejecutivo que representa, se encuentra la carta magna y los estatutos que de ella emanan, mismos que él se comprometió a cumplir y juro hacerlo: «de lo contrario, que la nación me lo demande».

Si bien es cierto que muchos no comulgamos con las reformas estructurales de Peña Nieto, también es cierto que las promesas del presidente se enfocaron en hacer ver que nadie estaría por encima de la ley —incluida su familia, aseveró en algún momento—, algo que hoy vemos con incertidumbre.

Por eso sorprenden (aunque cada vez menos) los arranques del mandatario, sus posturas momentáneas, sus iniciativas ligeras (simples), que asoman rastros de un autoritarismo sesgado, sustentado quizá en el deseo de un cambio, aunque los costos resulten inmensos, incalculables, peligrosos e indeseados por millones de mexicanos.

Por muchos años se nos vendió la idea de que un gobierno progresista de izquierda nos vendría bien, como nación, y nos devolvería lo que por años nos fue negado. Ahora vemos que, primero, no tenemos un gobierno así, y segundo, que el poder todavía se vislumbra lejos de nuestras manos.

Si el Congreso de la Unión y el gabinete —ya ni hablar de la oposición— no funcionan como contrapeso de AMLO, que esperanza le queda al pueblo, a los 30 millones que votaron por él y los casi 60 millones que no lo hicieron, en dónde quedó la esperanza de México ¿Cuándo decidimos —porque eso no venía en la boleta— que sería omnipotente? ¿Cuándo perdimos la voz y se la entregamos a un solo hombre? Cuándo desaparecerá el velo de la democracia y comenzaremos a cuestionar las decisiones presidenciales.

Quizá debamos empezar a darnos cuenta que si bien la primera batalla se ganó, aún nos encontramos en territorio enemigo.

Por: Ernesto Jiménez

HOY NOVEDADES/LIBRE OPINIÓN