Imagen: camilovillegax.blogspot.com

Carta a Blanca[1]

Por: Cecilia Ramírez

Si me hubiera tropezado con Ibargüengoitia seguro me habría enamorado de él y él me habría tratado como a ti, también habría sido mi «imposible» y le habría enfurecido haberse sentido uno más de mi lista… Sí, de haberse enterado, sólo que él jamás habría sabido que era «otro imposible», ésa, querida Blanca, hubiera sido nuestra gran diferencia.

Pero no te preocupes porque sé perfectamente lo que es sentirse irremediablemente atraída por hombres con ojos grandes y cara de sapo (¡hola, Frida!) y, a los dos días, tener la imperante necesidad de crear toda una maraña de estrategias y añagazas para que él sea feliz, apoyarlo, comprenderlo y ser altamente complaciente —aunque él ni quiera ser feliz, ni quiera todas esas cosas que le has ofrecido—. Sí, porque así somos, entrometidas en las «tristezas» de los demás.

Parecerá mentira, querida Blanca, pero te conozco con tan sólo las escasas tres cuartillas del cuento que Jorge te escribió; enseguida, en los primeros párrafos te reconocí, sobre todo cuando leí: «[…] a Blanca alguien me la había descrito como “una mujer bellísima, enamorada de imposibles”». Eres la típica mujer que les devuelve la virilidad a algunos y se las aumenta a otros, tienes el poder (sí, poder es una palabra fuerte pero no hay otra manera de decirlo) de atraer a los hombres mal descritos «imposibles» porque tú has podido con todos.

Pero —perdóname, Blanca, lo que menos quería era continuar con la adversativa— apenas te topas con un gesto simple de amabilidad del hombre del que menos lo esperabas y basta para que caigas en la telaraña de su desencanto. No hay remedio. Serás víctima de tu propio sabotaje, pues habrá bastado un almohadón sobre tus piernas, un «te acompaño a tu casa» o un café y una caminata al envejecer la tarde (o en su defecto unas buenas cervezas y compartir el uber) para que quieras y te empeñes en estar con alguien que ya ha decidido que ese par de caguamas han sido suficientes. Porque desafortunadamente tu atractivo depende, en muchos casos, de tu rechazo, de la imposibilidad de tenerte.

Y así vas por la vida, entusiasmada con la idea de un nuevo y fructífero amor, entregando a diestra y siniestra tu tiempo, tu cariño, tus sonrisas, tu apoyo, tu ser entero; y él, insatisfecho con la vida y consigo mismo, va asumiéndote eterna e inamovible. Yo soy igual, siempre sonriente y complaciente, magnífica oyente, porque, la primera regla, Blanca, mi amor, es poner atención a las palabras que manan de su boca para poder escuchar todas las mentiras que entre dientes pronuncia.

No me mal interpretes, querida Blanca, yo no sé mucho de menesteres amorosos, pero estoy segura que si él terminó contigo así: «—Blanca, lo que quiero es no seguir de ninguna manera» debes regocijarte. Sí, así como lo lees, alborózate de la ruptura porque, si algo tengo claro es que, si para decirte que ya no te aman no te dedican un Poema 20: Puedo escribir los versos más tristes esta noche de Neruda[2], entonces probablemente nunca te amaron o no te amaron como mereces.

Lee poesía, Blanca, mucha poesía y enamórate, desenamórate y vuelve a enamorarte, de un autor, de un libro, de tu compañero, de un desconocido, de un cuento, de ti, porque bien dice Federico Benigni: «¡Enamórense! Si no se enamoran está todo muerto. Al enamorarse todo despierta a la vida, se mueve todo».[3]

Haciendo caso al consejo del actor italiano, dale un beso a aquel que no supo apreciar tus sonrisas y continúa, que en este mundo hay muchos caras de sapo.

[1] Del cuento de Jorge Ibargüengoitia, ¿Quién se lleva a Blanca? https://www.literatura.us/jorge/blanca.html

[2] http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/poema-20-0/html/ffc28ba4-9c97-4592-97a8-f338821299f1_2.html

[3] https://www.youtube.com/watch?v=z7xnXMnNhLU