¿Por qué ser escuchados?

Es lamentable que el «debate» feminista se encuentre en torno a pintas, un coro, un baile o una «mentira» de una presunta víctima de secuestro en la Ciudad de México, peor aún, que el intercambio de ideas se pretenda a través de memes y mensajes diminutos —cargados de hastío e ignorancia— en las redes sociales.

Es indudable que en esta era tecnológica nos gusta ser escuchados y leídos —a veces vistos—, nos gusta creer la razón nos acompaña, que nuestros comentarios llegan a miles de seguidores, que somos parte del mundo y que, con cada interacción virtual, estamos más cerca de nuestro destino último. Pretender ser dueños de la verdad se ha convertido en el arma más peligrosa de internet.

La libertad de expresión nos obliga a escuchar/ no censurar/ no bloquear/ entender que las redes son el terreno en el que infinidad de pensamientos convergen al mismo tiempo, entre ellos, en contra y en todas las direcciones posibles. Un espacio donde el odio, la violencia, la intolerancia y la repulsión hacia el movimiento feminista pueden —y lo hacen— interactuar con miles de fotos de mujeres desaparecidas, violadas, asesinadas y violentadas por toda una sociedad que todavía se discute si existe o no violencia de género.

El caso de Laura Karen motivó infinidad de comentarios tan agresivos como lamentables, pero también esperanzadores de una parte de la sociedad que comienza a entender el problema: «QuÉ bueno que ella sí llegó viva a su casa», «Me alegro que haya estado en una fiesta y no al interior de una cajuela, muerta».

Las burlas en contra del caso de Karen se equiparan solo al desentendimiento de la problemática que representa la violencia de género en el país. Parece olvidársenos que Irma, Esther, Laura, Irene, Camila, Dulce, Mariana y Lesvy —los nombres son tan inventados como reales— no regresaron a sus casas.

Qué bueno que en México se hable de ellas, de la violencia diaria que enfrentan, de las miles de muertas en el país y la impunidad en cada uno de los casos, qué bueno que las redes sociales se hayan volcado para denunciar la desaparición de una mujer, qué bueno que apareció, qué bueno que estaba en un bar y no muerta. Ojalá y no sea tarde para seguir hablando de ellas, ahora que nos gusta tanto ser escuchados.

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