Una nueva balacera (grabada) en la Ciudad de México pone en evidencia la violencia que está severamente arraigada en la capital del país; la anterior fue documentada por el periodista de espectáculos Juan José Origel y “sus niños”.

Los hechos de esta tarde ocurrieron en las inmediaciones de la Torre Diana, alcaldía Cuauhtémoc, donde se ubica una de las organizaciones criminales con mayor presencia en la metrópoli, La Unión Tepito, fundada en el año 2010, cuando Marcelo Ebrard era el jefe de Gobierno, y cuyas operaciones abarcan distintos puntos de la ciudad: Polanco, entre ellos, donde la extorción, secuestros y el trasiego de drogas —sin dejar de lado el sector inmobiliario— son parte de sus principales actividades.

Si bien es cierto que La Unión tuvo sus orígenes en 2010, los años siguientes fueron cruciales para la expansión del negocio en una ciudad que decidió cerrar los ojos ante la inminente llegada de la violencia a sus calles. Zonas rojas, como Tepito, Tláhuac, Iztapalapa, Xochimilco, Iztacalco, Álvaro Obregón y Gustavo A. Madero, se dejaron en manos de quienes quisieran tomarlas: la delincuencia organizada.

Era entonces cuestión de tiempo para que las últimas dos balaceras en la ciudad se produjeran, la primera de ellas en una de las zonas más acaudaladas de la metrópoli, pero que no por ello deja de ser uno de los principales puntos de droga de la misma; mientras que la otra se registró a plena luz del día, en lo que (según fuentes oficiales) fue un intento de robo.

Y no precisamente porque se normalice la violencia o porque los capitalinos estemos acostumbrados a vivir entre opulencia e inseguridad; entre fronteras que remarcan las diferencias de estratos sociales y, por qué no, de niveles de vigilancia, seguridad y violencia; sino porque en años se apostó (quizá por negligencia e ignorancia) por no ver el problema que se asentaba en la ciudad. Las consecuencias las pagamos ahora, a diario, con sangre, vidas y un temor que se respira apenas pisas las calles.

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