En medio de una crisis mundial como la que compartimos a consecuencia del coronavirus, siempre serán la cultura y las artes los principales motores que mengüen el malestar de la sociedad, aquellas que liberen las cadenas del confinamiento y permitan a la imaginación, inmune al contagio, traspasar las paredes de la cuarentena.

Por lo anterior, la ausencia de un personaje como Óscar Chávez no puede ser solo una muerte más que acompañe a las miles de víctimas (mundiales) de la pandemia; es una derrota para la cultura mundial, un paso más hacia la decadencia de los genios, esos que alguna vez decidieron compartir las calles con nosotros y alegrarnos los días con un legado que difícilmente será olvidado. 

La muerte de Chávez en medio de la cuarentena en México, muerto posiblemente por COVID-19, debería ser una fuerte bofetada para todo un pueblo que se discute entre creer en el virus o no; en el Gobierno o no; un pueblo que sigue dividido y a la espera del fin del aislamiento para salir, a hacer, solo ellos sabrán que.  

Quizá la muerte de un cantautor como Óscar Chávez afecte más a una generación (de esas que ahora llamamos de riesgo), sin embargo, ya que nos encontramos (o al menos deberíamos) en aislamiento domiciliario, podría significar el momento perfecto para adentrarnos en esa parte de la cultura nacional que poco conocemos; tal vez (después de un mes de confinamiento) viene siendo tiempo de hacer algo con ese tiempo «libre» que el coronavirus nos está brindando. 

Quizá sea tiempo de iniciar ese cambio cultural que tanto nos venimos prometiendo, ese que pensamos llegaría con el nuevo Gobierno (y nada más nada); tal vez ya sea hora de que el pueblo mexicano no siga sufriendo; tiempo de que despierte y se exija un mejor futuro, no solo aquel que nos prometieron iniciará el 1 de junio. Pero todo eso lo haremos mañana, porque hoy murió el caifán mayor.  

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