El Español
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Las últimas palabras que quería difundir al público la juez suprema Ruth Bader Ginsburg antes de fallecer el viernes eran: Mi deseo más ferviente es no ser remplazada hasta que sea instalado un nuevo presidente. Sabía de las enormes consecuencias políticas para el país que podrían resultar de su muerte.

Pero el presidente y el liderazgo republicano esperaron sólo unas horas antes de ignorar este último deseo al anunciar que lo antes posible nombrarán a su sustituto. Si logran ratificarlo, eso consolidará el control derechista de la Suprema Corte y con ello sellar el legado más duradero (el puesto es vitalicio) del gobierno de Donald Trump.

En esta pugna sobre la Suprema Corte están en juego los derechos y libertades civiles, y los magnos asuntos del derecho de las mujeres a controlar sus cuerpos, el derecho al voto y hasta la última palabra en quién ganó una elección (como fue el caso en 2000 y podría repetirse este año); también la inmigración (una de las decisiones recientes de Bader Ginsburg fue salvar la orden para prevenir la deportación de los llamados dreamers), el sistema de justicia criminal, los derechos de personas homosexuales, entre otras.

Si los republicanos logran instalar a un juez conservador, el equilibrio de la Suprema Corte estará controlado por una mayoría derechista de cinco jueces, más el jefe de ese máximo tribunal, el conservador moderado John Roberts, contra sólo tres liberales. Así, la derecha podrá cumplir sus sueños de revertir una serie de fallos –como el derecho al aborto, entre otros– e impulsar una reforma ultraconservadora legal que podría durar años, si no es que décadas.

Por ello, la muerte de Ginsburg detonó de inmediato una batalla política titánica en Estados Unidos y se convirtió en un asunto central en la elección, ya que sus implicaciones podrían transformar el panorama legal y político del país.

Fuente: La Jornada