Expansión Política

El caso por la desaparición de Debanhi y el hallazgo de su (hasta el cierre de esta edición) presunto cadáver dentro de la cisterna de un motel ha dejado en claro una vez más la incapacidad e ineptitud de las autoridades mexicanas, pero también ha dividido (otra vez) a la sociedad en torno a la opinión que tienen de la víctima y de los “responsables” de su fatídico destino.

Por un lado, hay quienes, como siempre, faltos de empatía y de humanidad, aseguran que la responsable de su desaparición fue la misma Debanhi, pues valiéndose de argumentos absurdos del tipo “debió estar en su casa, no en una fiesta a esas horas de la madrugada”, creen que fue ella quien buscó (casi pidió) el terrible final que tuvo.

Por si esto fuera poco, otros cuestionan aún más el posible comportamiento de la joven de 18 años, ya que en redes sociales se leen opiniones que aseguran que su carácter tuvo que ser “nefasto” o “muy pesado” como para que sus amigas y el taxista contratado para llevarla a casa hayan preferido dejarla sola.

Ahora, es aquí donde recaen más claroscuros y los puntos de vista se dividen todavía más, pues hasta este momento las más señaladas como “responsables” son, precisamente, las amigas de Debahni.

Una enorme cantidad las tiene como las culpables directas, asegurando que las “verdaderas amigas” no se abandonan, se acompañan hasta el final sin importar las diferencias que pudo haber entre ellas. Otros, por el contrario, defienden el que no importan las razones por las que la muchacha fue abandonada ni en dónde, su derecho era llegar sana y salva a casa sin que nadie le hiciera daño alguno.

¿Quién tiene razón? ¿Ambos o sólo una de las partes? Por un lado, es totalmente cierto y correcto el pensamiento (¿ilusión?) de que todos y cada uno de nosotros debería estar seguro de caminar por donde sea y a la hora que sea sin temor a que se nos haga daño. Por el otro lado…

Vivimos en un país donde este derecho y seguridad no existen (deberían, pero no existen). Estamos en una sociedad con miembros bastante podridos de la misma a quienes no les importan los derechos ni la vida de los demás; una sociedad fría y retrograda donde se piensa que la culpa es de la víctima y de quienes no la ayudaron antes que del verdadero asesino.

Sí, duele aceptarlo, pero estamos en un país donde nadie, y mucho menos las mujeres, pueden caminar seguras por la calle. Ellas, ellos, todos nosotros, deberíamos tener la libertad de estar seguros donde estemos y la hora que estemos, desgraciadamente, en México (con justas razones) se teme del ladrón, pero también de la policía que actúa impunemente. En este país el derecho a transitar libre y con bien no existe; la seguridad y la justicia son casi una mera ilusión.

Entonces sí, tomando en cuenta la zona de peligro en la que Debahni desapareció ―conocida como “La carretera de la muerte”, precisamente por su alto índice de desapariciones―, es válido pensar que sus amigas y amigos no debieron dejarla allí. Sin embargo, bien es cierto que si existe algo de “culpa moral” en quienes la dejaron, no fueron ellos los ni las que la asesinaron.

El responsable es sólo aquel que le arrebató la vida, no hay más ni otro. Es momento de ejercer, por sobre todo lo anterior, presión sobre las autoridades para que den claridad sobre el caso, para que expliquen por qué el cuerpo de la joven se encontró dentro de una cisterna, en un motel en el que se supone ya habían investigado minuciosamente. Es momento de que las autoridades y sociedad cambien para que, finalmente, dentro de muchos años (si bien nos va) todos podamos transitar seguros sin importar el lugar ni el tiempo, ni si se nos abandona o se nos acompaña.

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